Un hombre idea la revolución. La noche del ritual convocará a la imagen que usará como estandarte: María Soledad Morales, estudiante catamarqueña asesinada en septiembre de 1990 por “los hijos del poder”. El plan es que la ciudad explote y entre los escombros aparezca ella como un milagro: un símbolo de esperanza que logre convocar a miles de adeptos.
“María Alone” condensa el claroscuro de los noventa. Los autores del delito que retrata fueron señalados como “los hijos del poder” porque sus padres pertenecían al poder legislativo y a la cúpula de la policía. A metros del lugar donde apareció muerta construyeron un altar donde las mujeres le rezan o le piden, y aseguran que es una santa. El caso devino en una crisis política que coincidió con el comienzo de la etapa neoliberal del país.
En la obra conviven elementos simbólicos de la década: hay un contraste entre lo ominoso y lo festivo, donde la fiesta con champagne se convierte en abuso obsceno y descarado, el fanatismo religioso en conspiración y el honor a la patria en ambición codiciosa sin escrúpulos.
Sólo hay dos personas en escena pero intervienen múltiples personajes. En el hombre que planea la revolución habitan muchos hombres, distintas voces y rostros. De los escombros de una ciudad que acaba de estallar llega María Soledad Morales. Viene a ensayar su reaparición. La música y la fiesta coexisten con la calamidad.
Cintia Andrea Brunett |
Gabriel Andrés Pérez |

Producción general | Cintia Andrea Brunetti |
Gabriel Andrés Pérez | |
Asistencia de Dirección | Natalia Buyatti |
Operación de sonido | Natalia Buyatti |
Diseño y operación de luces | María Belén Carranza Bertarel |
Gráfica | Hugo Casas |
Prensa | Florencia Gordillo |
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